
Como diseñador, no hay nada más difícil que ser tu propio cliente: exigente, indeciso y encima no paga.
He tardado un año en decidir mi nueva imagen. Sí, un año. Querer cambiar pero no saber hacia donde ir es complicado, y requiere paciencia y todo un proceso de inspiración e investigación. Al final lo encontré como siempre, mirando alrededor de uno mismo. Porque la esencia de cada uno está en lo cotidiano: en lo que ves, escuchas, y en ese post-it pegado desde hace meses que de repente tiene todo el sentido del mundo.
Siempre me ha gustado esconderme tras álter egos, como si fuera diseñador de día y ninja creativo de noche. Pero esta vez decidí dar la cara (o casi). Usé mi nombre real, pero le quité las vocales porque soy millennial y la simetría me da paz.
Mi estilo se caracteriza por un diseño pulcro, un caos ordenado y unos pensamientos muy geométricos. El resultado: una tipografía jeroglífica que requiere unos segundos para descifrar, pero que al fin y al cabo, resume a la perfección cómo pienso, diseño y sobrevivo en esta vereda creativa.




